Se cuenta que el propio Almanzor, en una de sus temidas correrías, quedó impresionado por la fecundidad de las planicies al norte de la actual ciudad de Salamanca, hasta el punto de bautizarlas como Almunia o Armuña, es decir, “huerta, tierra fértil, vergel”.
Ansioso por abastecer sus esquilmados silos cordobeses, el caudillo árabe comprendió de inmediato que el auténtico botín se encontraba bajo sus pies, más allá del río Tormes, en esa tierra roja y pardiza que aseguraba excepcionales cosechas.
Quién sabe si entre las semillas y granos saqueados figuraba la lenteja, esa rica leguminosa que ya entonces saciaba estómagos y elevaba paladares. El hecho es que hay documentos del siglo xii del archivo catedralicio salmantino que hacen referencia a La Armuña.
La Armuña, tierras amplias y despejadas, donde el horizonte se funde y se confunde con el cielo, como si su cultivo tuviera algo de divino. De ello saben las manos y el corazón de los agricultores, que se entregan a su tarea con un respeto casi heredado.
De ese empeño surgen esos pequeños frutos ovalados a modo de pepitas de oro culinario que enriquecen la mesa y que, junto con los demás productos de calidad, configuran la apuesta gastronómica de esta provincia y de la Diputación salmantina.
Prueba de ello, este puñado de propuestas de otros tantos restauradores salmantinos, a modo de pacíficas incursiones en el buen gusto.
Isabel Jiménez García
Presidenta de la Diputación de Salamanca